Muchos años perteneciendo a la hermandad. Muchas Semana Santa de por medio
vistiendo la túnica nazarena. Mucho leído sobre el tema, también mucho hablado.
Muchas horas invertidas en la cofradía, y no sólo en Cuaresma. Y llega un momento en el que me planteo si soy
cofrade y mi respuesta es que no lo soy. Es más dudo que exista alguno de
verdad. Como mucho podemos llegar a ser eternos aspirantes a cofrades. Porque,
oiga, esto de ser cofrade es algo muy serio, aunque a veces ni por casualidad
lo parezca.
Porque apuntarte en una hermandad y pagar tu cuota te hace miembro de esa
asociación pública de fieles, pero no cofrade. Salir de nazareno o llevar un
trono o paso, tampoco te hace cofrade necesariamente. Cuántos salen por
tradición familiar o primaveral. Cuántos por modas o siquiera con razonamiento
alguno.
La sapiencia de la materia y asunto cofrade tampoco te convierte en ello.
Puede ayudar, si lees material de calidad y no tanto panfleto sin sentido que
abunda.
Ser cofrade es actitud, compromiso y conocimiento. Pero nadie te ayuda a
serlo. Si vemos ciertas cosas en las hermandades, observamos que algo falla,
que eso no es hermandad, ni siquiera de ser cristianos. Es que claro, los que
se consideran cofrades se les olvida que antes hay que ser persona, después
buena persona y después cristiano. Y ahí es dónde fallamos todos.
Porque podemos saber mucho de música, alfileres, montar altares, o de como
aparentar mucho sin dar palo al agua. Pero pocos de ser personas y ser buenos
cristianos, que tampoco es ser más papista que el Papa.
Y aquí es donde se echa en falta a los directores espirituales y delegados
diocesanos de hermandades. También caen en la complacencia del esplendor, en
protagonismos banales, descuidando su verdadera labor, ser pastores de este
rebaño llamado cofradía. Pastores con cariño, que exijan y enseñen que deben
ser estas asociaciones y no limitarse a dejarlas hacer.
Pensemos que cada día que pasa sin coger el toro por los cuernos, se nos
muere un poquito más la Semana Santa. No la fiesta de los sentidos, de la
primavera, de exposiciones públicas de maravillosas obras de artes. Eso no
corre peligro alguno. Lo que se está muriendo es la esencia de la Semana Santa,
quedándonos con lo superficial y no entrando en lo que de verdad sucedió.
Al final se morirá sola, aunque entre todos la hayamos matado. Pero no
habrán sido los cofrades. Esos nunca existieron, son leyenda urbana.
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